martes, 22 de enero de 2013

Lazos de Amor - Capítulo 1


¡Hola!

Aquí les dejamos el primer capítulo 1. Espero que lo fisfruten tanto como Mar y yo lo hicimos al crear esta hitoria.

Lazos de Amor

Capítulo 1

Adivinando en la oscuridad de la noche, la luz que perezosa se asomaba por una de las ventanas en el rancho Gray, y acompañado por el aire frío al abrir la puerta, Malcom, un hombre no demasiado corpulento, pero fuerte, hizo su presencia. Su cabello castaño iba despeinado y su rostro mostraba cansancio. Se sentó en una tosca silla de madera y se quitó mecánicamente las botas de trabajo. Sabía que si no lo hacía, Emily, su madre, se sulfuraría por el barro que se acumulaban en las suelas. Frente a los fogones, dando vueltas al guiso de carne y patatas que tenía preparado para la cena, ésta giró para saludarlo con una sonrisa en su rostro, mientras Sara, su hija menor, sacaba el pan del horno a su lado.

— Hola, cielo— le dijo.
— ¿Cómo fue el día?— consultó su hermana mientras ponía la mesa.
— Bien. Ya preparé las tierras del sur, me faltan unas pocas hectáreas. Pronto podremos sembrar el heno.
— La primavera se ha adelantado— continuó Emily la conversación mientras ponía en el centro de la mesa, la olla de barro.
— Lo sé madre, por eso debemos aprovechar.
— Sí. El año pasado no nos llegó la cosecha y tuvimos que comprar pienso para el ganado.
— No te preocupes, este año será mejor— era lo bueno que tenía Malcom, su optimismo nunca se rendía.
— Tu padre estaría orgulloso de ti— le acarició ella la mejilla, eran tan parecidos. Dos años de ausencia desde que unas fiebres se lo habían llevado de su lado y aún hoy no podía acostumbrarse a su falta. ¡Cuánto lo añoraba!
— No te entristezcas— Sara pasó una mano por el hombro de su madre, reconfortándola, ella también lo extrañaba, pero sabía que su padre no querría verlas apenadas por su causa.
— Menos chácharas y a bendecir la mesa— sentenció él para distraerlas — Tengo tanta hambre que me comería una vaca—concluyó y ambas rieron al imaginarlo en tamaña proeza.

Cenaron en armonía. Como había amenazado, Malcom estaba famélico, llenando su plato en más de dos ocasiones. Sara estaba algo nerviosa y mientras estudiaba a su hermano, que engullía sin parar lo que tenía enfrente, dudaba si pedirle o no un favor. Sabía que no era un buen momento en el rancho, mucho trabajo por hacer y pocas manos, pero necesitaba hacer una compra, por lo que habló atropelladamente.

— Mañana quisiera ir al pueblo…— su hermano levantó la vista del plato, no parecía contento con su idea.
— Sara, sabes que no es el mejor momento.
— Lo sé, pero es necesario— suplicó — y de paso, podríamos ir a la cafetería de los O´Conaill, hace tiempo que no veo a Maryan.
— Es más urgente preparar las tierras, Sara, no hace falta que te lo recuerde, ¿o sí?
— Entonces déjame ir sola— se atrevió a decir — Ya tengo dieciocho años.
Malcom frunció el ceño, no tenía ganas de discutir — Me da igual la edad que tengas, sola ni pensarlo, con tu despiste, eres capazde perderte hasta en el mismísimo rancho.
— Hija,— trató su madre de apaciguar la posible discusión.
— Eso no es cierto— le recriminó, aunque no insistió mucho más, puesto que casi le sucedió en una oportunidad en que fuera al pueblo con su padre.
— Pues, cuando prestes más atención, tal vez me lo piense. Por ahora confórmate con que mamá o yo te acompañemos­— siguió el con lo que le quedaba de su cena.
— ¡Malcom!— se enojó Sara cruzándose de brazos.
— Está bien, — le respondió éste sin mirarla tras unos minutos— no empieces con tus pataletas. Saldremos luego del desayuno.
— ¿De verdad?— se entusiasmó Sara.
— ¿Te extraña? Ya sabes que consigues todo lo que quieres de mí— le respondió con una media sonrisa en su rostro.
— Gracias, hermanito— le besó ella sonoramente su mejilla.

Al finalizar la cena, Malcom dejó a las mujeres recogiendo los trastos mientras charlaban y salió al exterior, hacía la pequeña caseta que había a unos metros, donde solían asearse. Al regresar, deseó las buenas noches a su madre y hermana y se encaminó a las escaleras que lo llevaban a la guardilla donde dormía.

Tenía que andar agachado por la baja altura del techo, era un espacio reducido y sencillo. Una cama presidía hacia uno de los lados con un taburete que hacía las veces de mesilla y donde apoyó la lámpara de aceite encendida. Se quitó la camisa de cuadros azules, colgándola de un clavo en una de las vigas, junto a los pantalones.

Se tumbó en el catre, agradeciendo su comodidad y olió las sabanas limpias que sabía había cambiado su hermana aquel día. Observó los dibujos que formaban los nudos de las maderas sobre él, pensativo, y una sonrisa asomó a sus gruesos labios, recordando el pedido de Sara.

No le vendría mal un poco de descanso tras semanas sin parar trabajando con el ganado, pero le gustaba ver a su hermana enfurruñarse, a sabiendas de que haría lo que ella le pidiera; así había sido desde su nacimiento, cuando él tenía diez años.

Lo que Sara no sabía era que a él también le apetecía ver a Maryan. Desde hacía un tiempo se había empezado a fijar en la amiga de la infancia de su hermana. No es que fuera una joven hermosa en demasía, pero su constante risa cantarina y su pelo rojo centelleante le atraía. Notaba como su piel marfileña se sonrojaba cuando se le acercaba, comprobando que no le era indiferente.

Desde que era un mozalbete imberbe, siempre había tenido éxito con las féminas. No es que se lo propusiera, pero en el pueblo eran muchas las muchachas que suspiraban por él. No podía negar que le gustaban y que disfrutaba con ellas, pero nunca había sentido la ternura que le inspiraba Maryan.

Cada vez que tenía que hacer una gestión en el pueblo, aprovechaba para ir a almorzar al Restaurante O´Conaill. Lo había fundado el abuelo de Maryan, Josep O’Conaill, cansado de buscar oro y deseoso por darle un mejor futuro a su esposa e hijo. Aunque sólo había tres en el pueblo, el suyo era el más amplio y el que mejor calidad y servicio brindaba a los visitantes.

Malcom apagó la lámpara de aceite con el propósito de dormir. Lo intentó durante minutos interminables, en vano, porque a su mente solo acudía el rostro de Maryan. Deseaba contar cada una de las pecas traviesas que adornaban su piel nacarada, besar sus labios rosados y perderse en sus expresivos ojos azules como un cielo despejado.

No sabía en qué momento se había quedado dormido, sin embargo los sonidos y olores provenientes de la cocina, donde su madre preparaba el desayuno, lo despertaron. Luego de vestirse para ir al pueblo, bajó. Se encontró con su hermana ya sentada a la mesa y cubierta por una bata azul. Rió al ver su pelo lacio y castaño aún alborotado por la noche.
— Buenos días— las saludó.
— Buenos días, hijo.  Siéntate que te sirvo un café.
— Gracias, madre— Se acomodó frente a su somnolienta hermana — ¿Has madrugado mucho hoy?— le preguntó riendo aún más.
— Yo siempre me levanto temprano— protestó ella — ¿De dónde crees que salen los huevos que desayunas?
— Ni siquiera las gallinas se han levantado— el comentario de su hermano le hizo reír.
— Sara está nerviosa. Tiene unos ahorros que quiere malgastar— acotó Emily.
— Quiero un vestido nuevo para los domingos, no es malgastar, madre— se quejó.
— ¿Crees conveniente gastar ese dinero, Sara?— Malcom entendía que a las jóvenes les gustara tener vestidos bonitos, pero las cuentas del rancho no andaban demasiado bien.
— Los vestidos me empiezan a quedar cortos, he crecido, hermanito— se defendió ella.
— Como quieras— aceptó, no quería hablar él también de sus estrecheces frente a su madre.


Media hora más tarde, entraban por la calle principal de Cover Ville. Aparcó el carro junto a la herrería y ayudó a su hermana a bajar del mismo. Se había puesto muy bonita aquel día y ella le respondió con una sonrisa y con esa mirada de las que usaba cuando algo le resultaba gracioso.

— ¿Qué pasa?— preguntó él con sospecha.
— No me había dado cuenta de que te habías puesto la camisa nueva.
— No me gusta andar mal vestido cuando venimos al pueblo— su hermana no contestó, simplemente siguió su camino hacia la tienda de la señora Miller, la única modista del pueblo, con la misma sonrisa dibujada en sus labios.

Malcom le restó importancia y se dirigió al colmado. Sacó de su bolsillo trasero, la lista que tenía preparada desde hacía ya unos días con los materiales que necesitaba y se la entregó al señor Mercury, quien lo saludó cordialmente. Leyó entornando los ojos y se escabulló por los fondos para prepararle el pedido a la vez que su señora se quedaba frente al mostrador.

La señora Mercury era una mujer rechoncha y de baja estatura, pero con una simpatía que mantenía a todos alegres con su cantarín parloteo. Lo saludó alegremente y Malcom le retribuyó con una sonrisa. Mientras aguardaba decidió esperar fuera y su vista se dirigió al Restaurante O´Conaill, justo al frente del mismo, en el mismo instante en que una pequeña joven de cabello llameante salía de allí.

Llevaba puesto un dulce vestido en tono crema, floreado, acompañado por un delantal blanco de lino. Caminaba atropelladamente en su dirección y cruzo la calle casi sin mirar, cosa que disgustó a Malcom; era una imprudencia hacerlo así en la calle comercial, donde las carretas y caballos pasaban a gran velocidad.

Aquella mañana en el Restaurante había más trabajo de lo habitual, la llegada de la diligencia proveniente del Norte, aumentaba la demanda de desayunos y almuerzos. La señora O´Conaill se había puesto nerviosa al quedarse sin panceta ahumada y Maryan, enviada por su padre, debió cruzarse al colmado a por más con la máxima urgencia.

Cuando vio a Malcom plantado frente a la puerta de la tienda, el corazón se le aceleró. Estaba tan guapo como siempre. Sus largas piernas iban enfundadas en unos pantalones negros apretados, que dejaban imaginar unas piernas musculosas. Las espuelas brillaban relucientes en sus botas marrones y la camisa blanca resaltaba el moreno de su piel junto con el sombrero color crema que cubría sus cabellos castaños tapando sus ojos.

— Buenos días, señorita O’Conaill— la saludó él al tiempo que se quitaba el sombrero y jugaba con el mismo entre sus dedos. Maryan pudo distinguir sus ojos marrón claro, tan dulces como la miel y que tantas veces habían venido a su mente al cabo del día.
— Buenos días, señor Gray— retribuyó ella el saludo, sintiendo que sus mejillas tomaban el color de su cabello — ¿Cómo se encuentra su madre? ¿Le acompaña ella hoy?
— Bien, gracias por preguntar, pero se ha quedado en el rancho.
— ¿Vino con Sara, entonces?— preguntó con ilusión de verla nuevamente.
— Sí. Ha ido a la tienda de la señora Miller.
— Espero poder verla,— agregó —  aunque hay mucho trabajo en el Restaurante y no sé si tendré tiempo— bajó ella su rostro encendido.
— Maryan— la llamó él por su nombre, sorprendiéndola, hacía años que no la llamaba así, casi desde que era una niña — No te preocupes que pasaremos por allí antes de irnos.
— Gracias— respondió y en un gesto reflejo, Malcom atrapó un mechón de pelo rojizo entre sus dedos para luego colocarlo tras su oreja. Sus mejillas se colorearon aún más y sus ojos azules se oscurecieron.
— Estás bonita esta mañana— sonrío él al ver su desconcierto.
— Gra... gracias— habló atropelladamente. Era la primera vez que Malcom la miraba de esa forma, como lo había visto hacerlo con muchas jóvenes del pueblo. Sus dedos rozando su piel, la hicieron sentir un calor recorriéndole el cuerpo. — Debo irme— se apartó ella y entró al comercio, donde la señora Mercury la recibió con una sonrisa dibujada en su redondo rostro.
— Maryan, ¿qué te trae por aquí?
— Necesito una pieza de panceta.
— ¿Llegó mucha gente en la diligencia?— preguntó la mujer, curiosa.
— Así es. Venía completa y mi madre está de los nervios.
— ¡Ya lo creo que sí! Enseguida te traigo lo que me pediste— se dirigió al fondo del almacén.

Mientras esperaba, Maryan observó con nerviosismo las puertas acristaladas de la entrada, espiando la espalda ancha y fornida de Malcom. Se tocó el cabello, dándose cuenta de su lamentable estado y se fijó en que ni siquiera se había quitado el mandil al salir del restaurante. “Aun así él se fijó en mí” pensó ella; hacía mucho tiempo que llevaba esperando que eso sucediera.

— Aquí tienes, pequeña— la sorprendió la señora Mercury al regresar.
— Apúntelo a la cuenta, por favor— sonrió ella.
— Ya sabes que no hay problema por ello. Que tengas un buen día— le dijo y la saludó ella también volviendo al Restaurante.

Sara salió de la tienda de la señora Miller con un paquete marrón bajo el brazo, contenta con su elección. Con la ayuda de la dueña se decantó por un vestido rosa de finas rayas blancas transversales. Las mangas eran abullonadas y recorrían sus brazos estrechándose al llegar a sus muñecas. La falda tenía una hechura simple, pero tapaba en parte sus botines algo gastados por el continuo uso.

Encontró a Malcom junto al colmado esperando su llegada. Conversaba con el señor Mercury sobre el clima del que disfrutaban. Para los ganaderos era buena noticia que la primavera se adelantara, el invierno era una estación demasiado dura.

Desde el exterior de la cafetería, se escuchaba el bullicio de la gente que disfrutaba de la maravillosa cocina de la señora O’Conaill. Malcom sujeto la puerta, esperando a que entrara su hermana galantemente. Solo encontraron una mesa libre, situada cerca de la cocina. Se sentaron frente a frente a la espera de que les atendieran.

Maryan caminaba por la sala con rapidez, con desmedida pericia. Se había criado en aquel comedor desde que aprendió a caminar. Su padre parecía agobiado, pero su pequeña siempre se hacía con los clientes más ceñudos con una simple sonrisa. Tras servir varias mesas, se percató de la presencia de los hermanos Gray.

Respiró cogiendo ánimos para enfrentarse de nuevo a él y se acercó hasta ellos con una sonrisa en los labios. Sara se levantó con ilusión para besarle las mejillas. Hacía semanas que no sé veían y ambas echaban de menos sus charlas junto al río cercano al pueblo.

— Maryan. ¡Tenía tantas ganas de verte!
— Y yo amiga. Últimamente los viajes de la diligencia se han multiplicado y el trabajo también.
— Supongo que tus padres estarán contentos.
— Sí. Lo están, pero no damos abasto.

Sara estudio el rostro de su amiga, conocía a Maryan demasiado bien como para no percatarse de su nerviosismo y sus mejillas sonrojadas. Al observar a su hermano mirando fijamente a su amiga, todo cobro forma en su cabeza y una sonrisa curvo sus labios.

— Lo siento Sara,— se disculpó tímidamente — pero debo seguir trabajando. ¿Qué vais a tomar?
— Yo solo quiero un café y una tostada— con manos temblorosas tomó nota en el pequeño cuadernillo que solía guardar en el bolsillo de su mandil. Finalmente fijó su mirada en Malcom.
— Señor Gray, ¿qué desea?—
Besar cada una de tus traviesas pecas, fue lo que hubiera querido responder él, pero habría quedado como un alocado joven enamorado, cosa que no quería reconocer, por lo que pidió un café caliente bien cargado.  Maryan apenas era capaz de escribir con sus temblorosos dedos, la mirada de Malcom fija en su rostro, la estaba haciendo sentir nerviosa y acalorada.
— ¿De comer?
— Unos huevos con beicon.
— Enseguida os lo traigo.
— No hay prisa.

Mientras los hermanos degustaban el suculento desayuno, el recinto se despejo al acercarse la hora en que la diligencia continuaría su ruta. El señor O´Conaill ayudó a su hija recogiendo los platos apilados en las mesas dirección a la cocina para luego dejar el salón como estaba habitualmente.

— Maryan— la llamó su padre dejando los últimos platos — Si quieres puedes pasar un rato con tu amiga.
— ¿No te importa?
— Claro que no— le sonrió su padre bonachonamente — Te lo mereces, últimamente trabajas demasiado.
— Deberías estar contento.
— Y lo estoy y estuve pensando plantearnos contratar a alguien.
— A mamá le encantará la idea.
— No me extraña, la pobre casi no sale de la cocina.

Antes de volver junto a su amiga, estudió su reflejo en la ventana. Intentó, sin mucho éxito, colocar su díscolo cabello con las horquillas. Tras quitarse el delantal, se estiro el vestido floreado, procurando que tuviera mejor aspecto del que tenía. Finalmente salió al salón encontrándose solo a su amiga, sentada en la misma mesa. No pudo evitar desilusionarse. Aun así fue hasta allí con una sonrisa, sentándose frente a ella en la misma silla que había dejado libre Malcom.

— Solo puedo quedarme unos minutos— le advirtió Sara —Mi hermano ha ido a cargar el carro con los víveres, luego nos iremos.
— No te preocupes. Ahora que llega la primavera nos veremos más.
— Eso espero, echo de menos nuestros paseos por el río.
— Yo también, pero ahora que hemos crecido será más difícil. Cuando éramos niñas teníamos más libertad— declaró Sara algo enfadada — Si mi hermano se entera de que planeamos ir solas al rio, nos estrangularía a las dos.
— Malcom no es tan malo— le defendió inconscientemente, cayendo en la trampa de su amiga. Sara le miraba con una sonrisa socarrona en los labios — ¿Por qué me miras así?
— ¡Te gusta Malcom!
— No es cierto— intentó mentir la pelirroja, pero sus mejillas carmesí la delataron.
— Maryan, no me mientas. Vi cómo le mirabas.
— Pero…
— Y él a ti.
Aquella confesión dejo las palabras pendiendo en su lengua. Cuando se había levantado aquella mañana, no imaginaba que todo en su vida fuera a cambiar de un minuto a otro. Era la primera vez que veía una luz de esperanza en su amor infantil por Malcom. No habían sido imaginaciones suyas como pensó en un principio, incluso Sara se había percatado de la mirada diferente de su hermano hacía ella.

— ¿Estás segura?— preguntó, no quería hacerse falsas ilusiones.
— Conozco a mi hermano— contestó Sara con autosuficiencia.
— Pero yo no soy hermosa…
— ¡Claro que lo eres!
— No como las mujeres en las que se suele fijar.
— Quizás le guste tu interior.
— Puede ser.
— ¿Desde cuándo estas enamorada de él?— Maryan dudó unos segundos antes de responder.
— Desde que jugábamos con muñecas en el porche de tu casa— los ojos de Sara se abrieron desmesuradamente ante la confesión.
— Me siento como una estúpida.
— ¿Por qué?
— Debí darme cuenta.
— Lo siento Sara, me daba embarazo contártelo.
— No tienes porqué sentirte avergonzada. El amor debe ser un sentimiento hermoso.
— Lo es, pero imagino que debe ser mejor si es correspondido— contestó contrariada a su amiga, apoyando su barbilla en sus manos, sus codos apostados sobre la mesa.
— Yo creo que mi hermano siente algo por ti. Puedo confirmarlo.
— ¿Cómo?
— Hoy se ha puesto muy guapo para venir al pueblo, nunca lo hace.
— Eso no significa nada.
— Claro que sí. Nunca se pone la camisa blanca un día de diario. Sabía que veníamos a verte.
— Creí que veníais por víveres.
— Eso surgió después. Necesitaba ir a la tienda de la señora Miller y venir al pueblo implica verte a ti también.
— Da lo mismo Sara, a pesar de eso no tengo esperanzas.
— No seas derrotista.
— No lo soy, simplemente me miro en el espejo cada mañana.
— Maryan, te juro que hay veces que no te entiendo. Eres una joven hermosa.
— No me vengas con pamplinas. Mira mi pelo, es horroroso.
— A mí me encanta.
— Yo quisiera ser rubia— proclamó malhumorada.
— No sabes apreciar la peculiaridad de su color.
— Claro, parecido a las zanahorias.
— ¿Cuántas personas en este pueblo tienen ese color de cabello?
— Nadie.
— Aprecia lo especial que tienes, como lo hacemos los demás.
— Gracia Sara— dijo abrazando a su amiga emocionada — Siempre sabes cómo animarme.
El sonido de la puerta al abrirse interrumpió su conversación. Maryan se puso de nuevo colorada sin poder evitarlo. Sara que estudiaba su rostro en aquel momento, no pudo contener una sonrisa cómplice. Su hermano se acercaba ya a ellas con paso resuelto.
— Sara, tenemos que irnos. Ya tengo todo cargado— a Sara no le pasó inadvertida la mirada que dirigió su hermano a su amiga.
— Tranquilo, ya me despedía de Maryan.
— Señorita O’Conaill, me alegro de haberla visto— sus pupilas azules, se encontraron con los ojos castaños de él. Su mirada intensa la apabullo, sintiendo que algo que no comprendía se apoderaba de su cuerpo. El pareció percatarse de lo que sentía, porque le dedico una sonrisa ladina.
— Sí. Fue agradable verles— contesto tímidamente.
— Espero verte pronto— le dijo Sara a su amiga, abrazándola.
— Y yo— respondió Maryan y se quedó allí viendo cómo se alejaban, con el corazón latiendo a mil en su pecho y sintiendo que sus mejillas ardían más que de costumbre.

Les mandamos muchos cariños, Mar y Mimi.

5 comentarios:

  1. Bellisimo capitulo chicas, ustedes juntas escriben de maravilla, supongo que los prota son Malcom y Maryam, espero con ansias el viernes para saber un poco mas de esta novela, Besos para las dos.

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  2. Chicas, ya sabéis, genial comienzo!!
    Me encanta leeros en la misma historia y es que sé a ciencia cierta que juntas sois tremendas maquinando y tramando, jejejejeej...
    Muchísima suerte en esta nueva aventura!! Yo me sumo a este nuevo viaje... imposible no hacerlo si es de vuestra mano.
    Un besazo para ambas!!
    muaaacks!!!

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  3. Historia a medias!!!! Esto no me lo puedo perder ^ ^ aunque ya no sé de donde sacar el tiempo, supongo que ya que le quito un par de horas al sueño, podré quitarle media hora más XD

    Es un comienzo estupendo de veras :))) Muchos besos para las dos *)

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  4. Yo tampoco me lo voy a perder, jejejej...
    Ayyy,Mimi cómo se nota tu mano en este capítulo. En la dulzura con que está escrito y como dice Ari, qué diantre!!! le quitaremos un ratito más al sueño por algo que seguro que es una gozada.
    Muuuchos besos

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  5. Bueno chicas me estoy poniendo apenas al día con la nueva propuesta de uds, la cual debe ser maravillosa, dado que cada una hace grandes historias. Ya vi Mimi porque andabas tan perdida del Rincón jijiji Saludos!!!

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